En 2022 la editorial Atalanta publicó en España el precioso y delicado trabajo del profesor Gordon I. Miller, de la Universidad de Seattle, que ha reeditado La metamorfosis de las plantas, obra del filósofo y escritor alemán Goethe (con unas ilustraciones y fotografías maravillosas, por cierto).
En este post vengo a compartir con vosotros algunos fragmentos, esencialmente de la introducción y el epílogo, sobre lo que me ha parecido más interesante y aplicable para nuestro trabajo en el viñedo: la manera en la que observamos el mundo vegetal, y que conforma uno de los pilares base de la agricultura biodinámica y de la visión general de Rudolph Steiner.
Steiner tradujo gran parte de la obra científica de Goethe y fue su principal inspiración a lo largo de la vida. Eran los comienzos de la ciencia moderna y el momento quizás donde los caminos se bifurcaron, por un lado la ciencia materialista mecanicista de la mano de Newton, y por otro lado aquellos que intentaron no separar ciencia de poesía, materia de espíritu. La ciencia que triunfó fue la mecanicista, y nos ha permitido grandes avances a la sociedad. Sin embargo, estos avances han sido en muchos casos costosos a nivel medioambiental y humano.
En nuestro ahora, y gracias a esa ciencia, quizás estemos en una posición donde podamos atender a otras sensibilidades que nos unen a la naturaleza, en vez de luchar contra ella.
GOETHE Y STEINER
La referencia de Steiner fue Goethe, Johann Wolfgang von Goethe.
Goethe vislumbró la existencia de una dimensión más profunda en la vida de las plantas, más allá de lo que empíricamente puede verse, tocarse, olerse o clasificarse, que consolida y guía la formación y transformación de las plantas.
Para él la poesía y la ciencia debían ir de la mano, al igual que “espíritu y materia, alma y cuerpo, pensamiento y extensión (…) son los pares de ingredientes básicos del universo y seguirán siéndolo para siempre”; y se preguntaba por qué “la gente ha olvidado que la ciencia se ha desarrollado a través de la poesía y se equivocaron al no contemplar que una oscilación del péndulo podría unirlas y quitarlas a un nivel superior en beneficio mutuo”.
A las corrientes imperantes de la ciencia les preguntaba lo siguiente: “¿Puede un enfoque mecanicista y materialista, centrado en innumerables estructuras superficiales individuales, afrontar el reto de explicar el organismo vivo o la vida de la naturaleza como un todo?”.
Goethe proponía una unión, no una división; una conexión con un “empirismo delicado que se forma idéntico con el objeto”.
Esa visión holística e integrativa se inspiró en Baruch Spinoza quien defendía que espíritu y materia son los pares de ingredientes básicos del universo y seguirán siéndolo siempre. Y por eso, el observador, debe emplear “tanto los ojos del cuerpo como los ojos de la mente, tanto la percepción sensorial, como la intuitiva, en armonía constante y espiritual”. Esta forma de conocimiento se fundamentaba en última instancia en una armonía e identidad entre el espíritu humano y el espíritu informador de la naturaleza, en la que “un espíritu habla al otro”. Y para ello, Goethe propuso un método de comprensión, que él llamó método genético, -no en relación a los genes-, sino relacionado con los genes de las plantas. En consonancia con Spinoza, postuló que la naturaleza podía concebirse de dos formas: como poder creativo y como poder creado. Este mismo planteamiento ya fue presentado por Spinoza, quien diferenciaba entre la natura naturas (naturaleza creadora) y natura naturata (naturaleza creada).
Y trabajó para completar el empirismo con la imaginación a fin de ver la naturaleza completada y unificada en cuanto a creadora y en cuanto a creación.
La primera parte del método consistía en observar las etapas formativas de la planta o de un elemento de ella, como la hoja, viendo las diferencias de cada paso. La segunda parte del método requiere lo que Goethe llamó “la imaginación sensorial exacta” que consistía en imaginar leyes comunes de dicho proceso formativo. Pero Goethe iba un poco más allá. En ese imaginar defendía un “conocimiento desde el interior”, rompiendo la dualidad de un “sujeto curioso que conoce un objeto extraño” y proponiendo un conocimiento gracias a la participación o incluso la identificación de observador y observado. Tal y como dijo “nuestro espíritu entra en armonía con esos poderes más simples que subyacen bajo la naturaleza y es capaz de representárselo con tanta pureza como se forman los objetos del mundo visible en un ojo claro”.
Goethe denominó las dos facultades cognitivas implicadas en este esfuerzo: “entendimiento” al pensamiento racional (que constituye el instrumento común de la ciencia convencional: y “razón” a la percepción intuitiva que alimenta la sensibilidad poética. Esa sensibilidad, “cuando aspira a tocar lo divino, debe lidiar sólo con lo que deviene y está vivo; el entendimiento (racional), por el contrario, lidia con lo ya devenido y fosilizado, a fin de poder sacarle provecho”.
“Gracias a una percepción intuitiva de la eterna naturaleza creadora podemos volvernos dignos de participar espiritualmente en sus procesos creativos”. De alguna manera “Goethe era consciente de que percibir la esencia de la metamorfosis implicaba una metamorfosis beneficiosa en la esencia de quien la percibía” concluye el profesor Miller en su fantástico libro.
Otro paso más fue el que dio Steiner, al no sólo observar y comprender, sino encontrar pautas para intervenir en las plantas a través de su agricultura biodinámica.