Este año hemos cumplido 10 años desde que David Léclapart y yo nos encontramos. Fue en un viaje –que considero iniciático- por Francia. No conocía nada del mundo del vino ni de la agricultura biodinámica.
Por aquel entonces estaba en el ecuador de la redacción de mi tesis doctoral sobre la vivienda social en Marruecos durante el periodo colonial. La experiencia de vivir tres años en Marruecos me había enseñado el valor de la agricultura y la pesca como base del desarrollo humano; y la presencia de muchos sabios en esos oficios, a los que me quería acercar para ver si se me pegaba algo.
Así tomé un vuelo a Marsella, sólo de ida. No había plan. Quería hacer algo de voluntariado en granjas ecológicas o trabajar de temporero en la agricultura. Empecé la búsqueda en Ardeche, una de las zonas con mayor movimiento de agricultura ecológica de Francia. Me uní a otros amigos, estudiantes de Ciencias del Mar de Cádiz que compartían filosofía.
No encontramos trabajo pero lo pasamos muy bien. Hicimos autostop por primera vez, acampábamos al aire libre, y escuchamos hablar de Pierre Rabi, un referente en el humanismo de la agroecología.
Ellos tuvieron que volverse, pero yo proseguí el camino. Me dirigí Les Cevennes, un conjunto montañoso precioso entre Valence y Arles. Allí encontré un voluntariado en una granja-albergue llevada por Rudolph. Fue el primero que me habló de biodinámica.
Era un sabio-humilde, que había recuperado antiguos canales de agua para regar sus huertas. Acogíamos a familias que hacían rutas de varios días con niños y la ayuda de burros. Fue una experiencia enriquecedora. La familia de la Maison Blanche me acogió muy cariñosa. Su hija se llamaba Ocean y me enseñaba a mejorar mi francés.
Estando allí, me llamaron unas amigas que iba a vendimiar a Champagne y había hueco. No lo pensé dos veces. El plan sonaba muy bien.
El destino hizo que mi aterrizaje en el mundo del vino fuera en casa de David Léclapart, sin saber ni siquiera que era “David Léclapart”, un famoso productor de Champagne. Lo que yo encontré fue un ambiente familiar y alegre, con la mamá de David –Lucette- cocinando maravillas para todos, y con un niño de 50 años que amaba su trabajo, y que de nuevo, me hablaba de la biodinámica, de las estrellas y las constelaciones, de tratar a las plantas con plantas… aquello me parecía una apertura a un nuevo mundo, un horizonte muy bonito al que alzar la mirada. Eran formas de vida que me atraían, y personas a las que admiraba y deseaba seguir un camino similar a sus vidas.
Tengo preciosos recuerdos de aquel mes de agosto de 2011, escuchando Zaz en las furgonetas, recogiendo judías verdes de Rudolph y cocinándolas luego al vapor, bailes de vals populares en pueblos perdidos.
En 2012 volví para la vendimia de David, y en 2014, 2015, 2016… A raíz de aquel encuentro, empecé a acercarme a la viticultura en Sanlúcar. Me metí en algunas cuadrillas de voluntario para aprender a podar, a injertar, a castrar. Quería empezar la casa por la cimentación, como me había enseñado David. En 2016, tras muchos años de amistad, David y yo decidimos emprender Muchada-Léclapart, importando el modelo de vigneron y la agricultura biodinámica, para aplicarla en las viñas de palomino y los suelos de albariza. Y aquí seguimos diez años después, en la búsqueda de la excelencia.